jueves, 22 de marzo de 2012

Aún mueren niños por la falta de agua

Sin intención alguna de caer en el hartazgo o en la falta de originalidad, hoy me veo en la obligación de hacer referencia a otra efeméride: la del Día mundial del Agua, que tiene su origen en la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo en Río de Janeiro (Brasil) celebrada entre el 3 y e 14 de Junio de 1992.

Tal celebración no sólo sirve para desarrollar todo un despliegue de actividades y campañas relacionadas con la conservación y el desarrollo de los recursos hídricos que bien deberíamos tener presentes el resto del año, sino que ha pasado a convertirse también en la jornada ideal para la realización del análisis y la evaluación del progreso del acceso al agua potable y saneamiento en el mundo.

Concretamente, el último estudio de UNICEF, denominado 'Progreso sobre el agua potable y saneamiento 2012' (en inglés), afirma que se ha alcanzado el Objetivo del Milenio que contempla la reducción a la mitad de la proporción de personas sin acceso a agua potable incluso antes de la fecha límite (fijada en 2015). Sin embargo, aún son más de 780 millones de personas las que no tienen acceso a agua potable, un hecho que está relacionado con cerca de 3 millones de muertes anualmente.

En el caso de la infancia, el problema se vuelve especialmente grave: cerca de 8.000 niños y niñas mueren cada día debido a la falta de agua, saneamiento e higiene. Lo que, dicho de otro modo, significa que un menor fallece cada diez segundos por este motivo.

Estoy segura de que la gran mayoría de los que estamos leyendo estas líneas no sólo no somos insensibles a las demoledoras cifras, sino que éstas, además de ponernos los vellos como escarpias, nos generan una enorme impotencia que inevitablemente nos lleva a preguntarnos qué es lo que podemos hacer nosotros al respecto.

Muchos pensarán que poco o nada, más allá de exigirle las correspodientes responsabilidades a los distintos gobiernos del mundo. Pero lo cierto es que podemos y debemos hacer mucho más, especialmente aquellos que tenemos la enorme suerte (y también responsabilidad) de situarnos como alguno de los pilares importantes en el desarrollo de un solo niño (sea nuestro hijo, hermano, sobrino primo o alumno) .

Son múltiples los factores en los que nosotros con nuestras propias acciones podemos incidir de un modo directo. Factores que van desde el ahorro o el cuidado de los recursos hasta la simple empatía por una sociedad que lo pasa mal y por suerte o por desgracia únicamente pueden transmitirse de generación en generación a través de la educación, al formación y, por supuesto, el propio ejemplo.

Y es que todos podemos ponernuestro granito de arena... O nuestra gota de agua.

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